La crisis y después qué?

10 enero 2010



Hace unos años un ministro del segundo gobierno Aznar nos manifestaba, en una cena reducida, que la economía española estaba creciendo a una tasa superior a la media europea y que de seguir este ritmo nos plantaríamos en la cabeza de los países de la zona. La clave estaba en la liberalización de nuestra economía, después de una era socialista, y en la capacidad de nuestro país para enfrentar los retos importantes. Algunos países europeos empezaban a mostrar cierta preocupación por nuestro avance. Éramos lo que se podría denominar en términos líricos: El asombro de Damasco.

Unos años después otro ministro, esta vez del primer gobierno Zapatero, nos transmitía en una comida, también reducida, que no entendía muy bien a que se debía el evidente crecimiento que continuaba teniendo la economía española por encima del de los otros países europeos. El asombro empezaba a cundir, no sólo entre los extranjeros sino también entre los ciudadanos de aquí.

No era para menos. El PIB crecía a tasas desconocidas, los valores de la bolsa se duplicaban, las empresas corrían a la compra de compañías extranjeras, las haciendas locales no paraban de contratar y hasta la Administración General del Estado conseguía mantener un superávit en sus cuentas. Pero por otra parte: la productividad de las empresas no paraba de disminuir, la inversión en bienes de equipo (especialmente tecnológicos) estaba en los lugares de cola de la UE, la balanza comercial crecía negativamente y nuestra deuda exterior no paraba de aumentar. Es decir parecía que, en un mundo global, cuanto más torpe y peor preparado estás más éxito tienes. 

Algo no casaba pero como todos (los ciudadanos, las empresas y la administración) estaban contentos, no estaba nadie motivado para aguar la Fiesta con lucubraciones teóricas, posiblemente agoreras. Pero la realidad económica inmune a lisonjas y alharacas seguía desarrollando sus burbujas multicolores. El crédito abundante y barato hacía que las empresas encontraran más rentable invertir en asuntos especulativos que en negocios productivos, o en su renovación tecnológica. Los particulares podían hacer realidad sus sueños de viajes, coches, casas, etc., sin tener que preocuparse de ahorrar dinero, ya que esto lo hacían los sosos de los extranjeros que además lo ponían a nuestra disposición en forma de crédito internacional.

Un artículo premonitorio del Financial Times en 2008, hablaba de que Eight years ago, Pigs really did fly. Con Pigs se refería al acrónimo de los países que compartían un modelo de crecimiento poco sólido: Portugal, Italy, Grece & Spain. También jugaba con el aforismo inglés de que los cerdos no pueden volar. A pesar del tono despectivo, seguramente debido a la irritación por las compras que las empresas españolas comenzaban a realizar en la City (bancos, aeropuertos, etc.) además con los ahorros de ellos; el artículo mostraba que habíamos empezado a dejar de ser el asombro de Europa.

Pero la Fiesta no la aguó nuestra burbujeante economía sino que el pinchazo vino de fuera. Si no, hubiéramos continuado hasta que el cuerpo hubiera aguantado. Pero los de afuera habían estado alimentado otro monstruo, al calor el dinero barato y la falta de regulación y de valores éticos: los activos tóxicos.  

La ola de desconfianza que generaron desde dentro del propio sistema financiero fue tal que amenazó por unas semanas el hundimiento de todo el sistema. Aquí asistíamos atónitos la rugiente estampida que se nos venía encima. Nuestros dirigentes, sin embargo, se enzarzaron en la discusión de si, finalmente la estampida, nos podía producir recesión o frenazo, paró o tortazo, en definitiva si la estampida era de búfalos o bisontes, o bien si eran galgos o podencos; en lugar de dar la orden de ponerse a salvo lo antes posible.

La avalancha financiera pasó, pero dañó gravemente el sistema financiero y las organizaciones productivas, con características diferentes en cada país y con las consecuencias correspondientes sobre el crecimiento económico y el paro. 


Las crisis tienen de bueno, por encontrar algo positivo, el que obligan a recapacitar. Cuando todo va bien los esfuerzos se dirigen a aprovechar la racha y no tocar nada, no sea que se pueda estropear la situación. En cambio una fuerte crisis, que ha llevado hasta el borde del abismo el sistema financiero y que amenaza el desarrollo económico, obliga a reflexionar sobre las prioridades y, más allá de las urgencias, a dedicar los esfuerzos en lo que pueda garantizar el bienestar futuro del país.

El liderazgo consiste en hacerlo pero también en explicarlo, porque se precisa del esfuerzo de todos para conseguirlo. No debiéramos repetir el típico espectáculo de la apertura de zanjas en nuestras calles donde: uno golpea con un pico, tres lo controlan y diecisiete, detrás de la valla, opinan sobre cómo lo debería hacer.

Los ciudadanos tienen que entender no las technicalities de las medidas económicas que se emprenden, si no los grandes retos y los objetivos a dónde debemos dirigirnos. 

Los ciudadanos deben saber que no se van a tomar medidas para conseguir volver a  estar “como antes”, es decir a la situación previa a la crisis. ¡No, por favor, como antes no! No vamos a volver a la situación de crédito barato y sin control. ¡No! 

Además hay que saber que hemos de devolver el dinero que nos han prestado para vivir nuestra Fiesta. Hemos vivido gastando por encima de nuestra capacidad de ingresos, y ahora conviene saber que hemos de volver a ajustar los gastos a los ingresos y además pagar las deudas contraídas. Es decir que nos esperan tiempos de austeridad para todos.

También deben saber que no se puede ser más competitivos simplemente “por decreto o por una ley”. El aumento de competitividad es una tarea de todos: de los agentes sociales y de la política. Hay que desterrar la imagen de que alguien con una varita mágica nos convertirá en más competitivos. Si lo conseguimos será con esfuerzo. Hay que desterrar especialmente la imagen de que las cosas se consiguen sin esfuerzo, como nos martirizan los anuncios: aprenda inglés sin esfuerzo, adelgace sin esfuerzo, gane dinero sin esfuerzo, etc.

La gente tiene que saber que si una empresa triunfa es con esfuerzo, que si un profesional desarrolla una carrera es con esfuerzo y que si alguien incrementa sus conocimientos y capacidades es también con esfuerzo. Para incrementar nuestra competitividad se necesitará mucho esfuerzo. Las empresas innovando procesos y productos, invirtiendo en tecnología y luchando par abrirse un hueco en los mercados internacionales. Los trabajadores incrementando sus conocimientos y habilidades para impulsar una economía de mayor valor añadido. Las administraciones facilitando el desarrollo y funcionamiento de las empresas y haciendo la vida más fácil a sus ciudadanos, es decir esforzándose en modernizar los trámites y su función social. Las leyes, especialmente la llamada de Economía Sostenible, deben impulsar y facilitar el camino para que todo lo anterior sea posible.

Y además deben saber que hemos de dejar de ser la Spain is different. Eslogan astuto que permitió promover una España  different, poco conocida y con ganas de abrirse al mundo, pero sometida a un régimen político poco homologable, también different. Hoy estamos compitiendo en un mundo global y hemos de intentar ser un país europeo: culto, eficiente e innovador. Lo más same posible al resto de los socios europeos. Sin complejos y sin dar lecciones, es decir, renunciando a ser el asombro de Europa. Esto también es tarea de todos. Del gobierno sin duda, pero también de la ciudadanía que ha de fijarse otros estándares de comportamiento, correspondientes a los valores que más compartimos con los ciudadanos europeos. Esta labor seguramente corresponde al ámbito educativo con resultados apreciables en el largo plazo, por eso es uno de los temas más urgentes: La reforma educativa.

 

Hemos visto en numerosas películas, como La conquista del Oeste, que después de la estampida de bisontes, los colonos recogen sus enseres desperdigados por el campo, reparan los daños producidos, entierran a sus muertos y continúan, lo antes posible, su camino en sus maltrechos carros; conscientes de que sólo con su esfuerzo y el liderazgo de su jefe, serán capaces de alcanzar su meta. No los vemos esperando a que venga en su ayuda el 5º de caballería, ni discutiendo sobre el color o el  tipo de bisontes que los arrasaron, ni si la culpa de la estampida era de otro. Creo que el ejemplo de la caravana de colonos es una buena imagen de lo que, en el fondo, ahora nos corresponde  hacer  a todos después de la crisis.


© Josep Vila 2020