El premio

Kuala Lumpur (Malasya) 2008

1/11/2009


Acabo de aterrizar en el aeropuerto de Kuala Lumpur. Es temprano en la mañana y estoy bastante despejado ya que he conseguido dormir todo el vuelo, después de la cena como tengo de costumbre. Al salir del finger una azafata muestra mi nombre y la sigo atendiendo sus indicaciones. Esta vez acudo al congreso internacional en calidad de representante de España y consiguientemente tengo la acreditación VIP. Así que espero un buen trato.

La azafata me conduce por diversos pasillos vacíos hasta llegar a un salón a cuyas puertas están, formando un pasillo de bienvenida, varias muchachas ataviadas con lo que parece ser una serie de diferentes trajes regionales. Me saludan muy sonrientes y murmuran frases que parecen en inglés, pero no entiendo lo que dicen. Saludo con la cabeza, también sonriente y arrastrando mi maleta que no suelo facturar para evitar experiencias desagradables.

Entro y aparece un salón totalmente victoriano con diversas mesas preparadas para el desayuno con vajillas de cerámica fina y cubiertos plateados. En todas las mesas hay manteles bordados y una abundante decoración floral. Si no fuera por los dos retratos que presiden la sala que muestran al rey y al primer ministro de Malasia, vestidos de gala, me parecería estar en un decadente hotel londinense de Chelsea. En una pared se abren otras puerta que dan a otros salones semejantes también vacíos pero con las mesas preparadas.

Se acerca un muchacho de la organización y me pide el pasaporte para pasar, en mi lugar, los fastidiosos trámites de inmigración. Una voluntaria, mientras tanto, me sirve el desayuno. Pienso que esta vez empiezo bien el día. Pasados los trámites y finalizado el desayuno me acompañan a través de interminables pasillos, llenos de voluntarios con trajes regionales, hasta un automóvil que me conduce al hotel.

 Entro en la habitación, situada en el piso 32 de una inmensa torre y al descubrir la cortina de la pared de cristal veo enfrente a las magníficas torres gemelas de Petronas. Un espectáculo extraordinario, pero primero tengo que ducharme y vestirme para asistir a la sesión inaugural del congreso. Y también para comprobar que todos los preparativos de la cena de gala están correctamente planeados ya que en ella debo entregar un premio a una institución española. Los representantes que lo recogerán está previsto que lleguen mañana y quiero cerciorarme que todo está bajo control.

 

 El nivel de las sesiones es muy alto gracias a la presencia de directivos de las más importantes compañías del mundo del sector y la organización del congreso parece que está bien preparada. Me han explicado que los diferentes vestidos que llevan las voluntarias de la organización corresponden a las diferentes etnias presentes en el país. Tanto en los trajes de gala como los que viera en el aeropuerto como en los de trabajo que lucían en la sala del congreso. Las  musulmanas van con una falda larga y una especie de chador que les cubre la cabeza y sobre el cual colocan el gorro reglamentario que según su función deben llevar. Las chinas son las que llevan faldas largas, pero abiertas desde las caderas, y camisas escotadas. Y finalmente las hindúes llevan trajes intermedios pero más coloristas. La coexistencia de estos colectivos es digno de verse.

Aprovecho para saludar a mis colegas de otros países y a los directores del evento y, tras comprobar que todos los preparativos de la entrega de los premios están correctamente previstos, aprovecho para dar una vuelta por los alrededores del hotel y situarme un poco en la ciudad. El calor tropical es sólo soportable gracias a las espesas nubes que cubren el cielo y cuando se abre un claro hay que correr a refugiarse en algún lugar hasta que se vuelva a cubrir. La zona por la que paseo parece acabada de construir y con unos centros comerciales del estilo de los malls norteamericanos pero más grandes y con un más selecto tipo de comercios. Poco a poco me voy acostumbrando a distinguir las diferentes etnias entre las mujeres ya que entre los hombres es más difícil salvo que lleven algún tipo de turbante, que son pocos.

 

Un miembro del grupo español premiado me telefoneó por la noche para decirme que habían llegado bien pero que preferían descansar, así que hoy me preparo para conocerlos y desayunar juntos. Cómo estamos en hoteles diferentes quedo con ellos en el inmenso hall de la sala de congresos. Realmente tengo curiosidad por verlos ya que no conozco a ninguno.

No es necesario llamarles por el móvil para identificarlos. Entre el variopinto barullo de todas las razas que se produce en un congreso internacional, los puedo identificar con más presteza que lo hago con las etnias malayas. Los veo enseguida dos celtíberos numantinos vestidos con traje y con una corbata que apenas puede sujetar su ancho cuello, una menuda chica con gafas armada con una enorme cámara fotográfica y un chico más alto con cara de sufridor.

Me presento y el chico más alto hace el resto de las presentaciones. Uno es el presidente de la institución  galardonada y alto cargo de la Comunidad Autónoma a que pertenece, el otro es el gerente, la chica es la jefe de prensa y el chico alto el representante de la empresa que ha suministrado el sistema tecnológico objeto del premio.

Después de tomar el desayuno la jefe de prensa nos solicita tomar unas fotos frente a la pancarta con el anagrama del congreso para poder publicarlas en la prensa de la Comunidad. Primero toma una del presidente conmigo, luego otra con los cuatro y luego ellos solos. Finalizado este ejercicio protocolario obligado les invito a acompañarlos a la sala donde se realizan las conferencias. Todos asienten y me siguen. Tomamos asiento entre los más de mil delegados presentes y escuchamos el debate que está teniendo lugar en una mesa redonda, constituida por altos cargos de diversas empresas mundiales de telecomunicaciones. De vez en cuando les hago algún comentario sobre lo que están diciendo en el escenario y asienten con la cabeza poniendo una cara intermedia entre la de un jugador de poker  y la de un jefe de campo de concentración japonés.

Cuando acaba la mesa redonda, y antes de empecer la siguiente conferencia, me veo obligado a decirles lo que ya están esperando.

      ¿Os parece que vayamos a ver la exposición que se muestra en el exterior de la sala?

      Si prefiero ir a ver la exposición. – contesta el presidente haciendo un elocuente gesto de alivio – Mi inglés está un poco oxidado y … claro, prefiero ir a la exposición.

Efectivamente uno tenía el inglés oxidado pero los otros no lo tenían de ninguna manera, salvo el representante de la empresa suministradora, pero éste estaba allí sólo para hacer lo que sus clientes tuvieran a bien.

Así acabé con una hora de suplicio: el de no entender nada y encima tener mantener la compostura. Salimos más aprisa que entramos y los conduje a las dependencias donde estaba exposición.

 No era una exposición muy grande quizás de 30 o 40 stands con las típicas chicas monas repartiendo propaganda. En este caso eran, o parecían, todas chinas; por sus facciones y por los trajes atrevidos que les exigía su trabajo.

       ¡Ahí vá, que tías más buenas! – dice el gerente y se lanza como un poseído a recoger el folleto de la primera chinita que tenía delante.

      ¡Sácame una foto! – le dice a la jefe de prensa, con la cámara en ristre, y se coloca junto a la chinita que le estaba dando un folleto.

Le saca la foto y veo el flash brillar varias veces mientras que me he quedado paralizado en la puerta de la exposición sin saber que hacer ni que decir. Cómo no puedo huir avanzo unos pasos hacia delante como un autómata.

      ¡Y con ésta, sácame también una foto! – dice saltando brioso junto a la chinita, embutida en una minifalda roja, del siguiente stand – ¡No me van a creer cuando lo cuente!

En realidad el que no me lo creía era yo que estaba a su lado. Más disparos de flash. El presidente también se hace alguna foto con el gerente y las tres chinitas del siguiente stand. El representante de la empresa sonreía al ver lo bien que se lo pasaban sus clientes. Y el que ahora parece un samurai japonés soy yo, de lo pasmado que estoy.

Seguimos el recorrido de las bellas chinitas hasta llegar al stand central donde se muestra una empresa que produce videojuegos. Grandes pantallas de plasma muestran varios de estos videojuegos que un animador armado de un micrófono trata de explicar, de la forma más divertida posible, al nutrido público de congresistas que pasan por allí.   Y en medio del stand hay un viejo futbolín como recuerdo de lo que era el entretenimiento antes de los avances tecnológicos.

      ¡Un futbolín! Vamos a echar una partida – dice el gerente y se sube sobre la tarima donde se encuentra el futbolín seguido de cerca por el presidente y el comercial de la empresa suministradora.

No se cómo sucedió pero el cuarto jugador era yo. Estaba agarrado a los mandos del portero y los defensas mientras que a mi lado el joven comercial se encargaba de los delanteros. El equipo contrario formado por el presidente y el gerente ya nos habían metido un gol mientras que yo apenas consigo mover hacia delante y hacia atrás la barra de los defensas.

Entonces el animador empieza a retransmitir el partido por la megafonía del stand, como si se tratara de un nuevo videojuego. Varios disparos de flash  me iluminan desde atrás, me giro y veo a la jefe de prensa tomando fotos. Supongo que para la sección de El congreso se divierte del diario local. Mientras tanto ya me han metido dos goles más.

Sólo confío que entre los congresistas presentes no me conozca nadie y tampoco entre los lectores de la prensa local. Seguimos jugando hasta que, después de meternos diez goles y nosotros ninguno, consideran que no somos rivales con quién perder el tiempo y abandonan el futbolín. Respiro aliviado aún sin entender cómo había llegado allí.

Acabamos de visitar el resto de la exposición en el mismo plan como la empezamos y salimos al exterior. Con una expresiva cara de satisfacción me miran para que les indique lo siguiente que tenemos que hacer. Entonces me rindo y renuncio a los planes que había trazado y les propongo la única solución que tengo.

      Bueno que os parece si nos quitamos estos trajes, nos ponemos ropa cómoda y nos vamos a dar una vuelta por la ciudad.

Aceptan muy aliviados la propuesta y que damos encontrarnos en media hora en le hall de su hotel.

 

La pequeña vuelta que había dado el día anterior me iba a servir para que ejerciera mis labores de anfitrión y de guía por la ciudad. Con la naturalidad del experto los llevo caminando por la misma zona de los centros comerciales que conozco dándoles todas las explicaciones, que mi curiosidad del día anterior me había llevado a conocer. El pasmo ante la grandiosidad de los centros comerciales es mayúsculo y lo disimulan mal mientras que yo sigo dando las explicaciones pertinentes, e impertinentes cuando puedo.

Entonces las nubes se abren un poco dejando pasar los rayos de un inclemente sol tropical. El paseo se hace insoportable y todos sudorosos me dirigen sus miradas en espera de que dijera qué debía hacerse a continuación. Era evidente que teníamos que parar e ir a tomar una cerveza pero no conocía ningún lugar apropiado en el camino de vuelta al hotel.

      ¡Allí, allí! – dice el gerente señalando un toldo de color rojo al fondo de una plaza

 Efectivamente miro y veo que en el toldo aparece un rótulo que dice:  TAPAS Y VINOS. Lo último que me hubiera imaginado en Kuala Lumpur, pero era cierto. Me felicité por la aguda vista del gerente, seguramente azuzada por la necesidad, y nos dirigimos al lugar.

Sigo sorprendido, pero es realmente un bar de tapas. Está decorado con barriles, a modo de mesas, rodeados de taburetes y una larga barra donde atiende un camarero malayo. Unas pizarras en la pared indican las especialidades de la casa y la lista de vinos. Son realmente tapas y vinos españoles, aunque la rotulación es en inglés y malayo.

Pedimos cerveza y jamón. Estamos frescos y relajados con lo que la conversación comienza ser un poco más fluida. Tras la segunda cerveza la conversación es más animada y abundan las risas y las bromas.

      Mirad que teléfono móvil más cutre que tengo. – dice el presidente mientras lo saca de su bolsillo – Es el que me ha proporcionado el gerente.

      Hay que ahorrar, – contesta el gerente – los tiempos no están para gastos innecesarios.

      Éste gerente es un tacaño en todo. – responde – Fijaros que en nuestra institución tiene racionadas hasta las pastillas de Viagra para los pobres paralíticos.

      ¡Hombre! es que yo ya les digo siempre que más de cuatro pastillas a la semana es vicio.

Y así sucesivamente. No se que cara poner. Tengo la sonrisa congelada y los ojos desorbitados frente al esperpento continuo. Una vez finalizado el aperitiva nos vamos a comer a un restaurante de comida local recomendado por el hotel. Más cervezas y más risas. No sabemos que comemos pero está bueno.

De regreso al hotel nos despedimos porque ellos se van a hacer la siesta. Yo voy corriendo a mi habitación para cambiarme de ropa y tratar también de aprovechar alguna sesión del congreso.

 

Por fin llega el momento cumbre: la entrega de premios. Hemos quedado en el hall del mi hotel para subir al autobús de VIP’s que nos transportará al recinto donde se celebrará la cena de gala. El grupo español aparece puntual y luciendo sus mejores galas para la ocasión. El presidente parece un poco agitado y supongo que debe ser por las palabras de agradecimiento que debe decir en la recogida del premio. Yo también estoy un poco nervioso por lo que pueda decir.

Un magnífico autobús nos recoge y nos deja en un callejón oscuro junto a lo que parece un enorme hangar. Entramos por una puerta decorada con suntuosas cortinas y aparece un deslumbrante recinto lleno de luz y flores por todas partes. El salón está repleto de mesas redondas con capacidad para más de mil personas. Y una nube de voluntarios ataviados con vistosos ropajes van colocando a los asistentes.

Al presidente y a mí nos colocan en una mesa cercana al escenario, preparada para los premiados. En total hay seis personas: los tres premiados uno de Japón, otro de Malasia y otro de España y los tres que lo van a entregar. El presidente me pide que si puede estar en la mesa de al lado junto con los otros españoles, para no tener que hablar en inglés con los otros premiados. Lo entiendo perfectamente y hago la gestión correspondiente.

El primer ministro de Malasia, que ha de presidir la cena, se retrasa casi una hora. No se si es por el protocolo o por otra razón, pero al final aparece junto con otros tres ministros de su gabinete y una nutrida cohorte de acompañantes. Los acomodan en la mesa presidencial no muy lejos de la nuestra y comienza la cena. No hay un menú cerrado, en su lugar una gran variedad de excelentes platillos son ofrecidos por los voluntarios continuamente y cada comensal se sirve lo que quiere. Es como un selfservice  pero que te lo traen sin tener que hacer la cola correspondiente.

El responsable de organización se acerca a nuestra mesa y nos comunica que, debido al retraso acumulado, no se va a hacer discursos de agradecimiento durante la entrega de los premios. Todos se lamentan mientras que yo me alegro mucho y voy presuroso a la mesa de al lado para comunicárselo al presidente. Él se alegra mucho más que yo y revolviéndose en su asiento se lanza a comer con más voracidad y satisfacción que hace un rato.

Vuelvo a mi mesa donde todavía estaba hablando el responsable de organización.

      De todas formas lo que querían decir en la entrega de los premios lo pueden incluir en la conferencia de prensa que se celebrará mañana.

Los premiados de mi mesa asienten con la cabeza e indican que así lo harán. Yo hago lo mismo en nombre del premiado de España, pero pienso que para mi todavía no se han acabado los problemas. De todas formas hay que disfrutar el momento y mañana ya será otro día.

Terminada la cena y después de los discursos, el responsable de la organización nos sitúa detrás del escenario para preparar la escenografía de la entrega de premios. El speaker del acto me introduce, salgo de las tramoyas, me aplauden y me coloco en el lugar previsto para la entrega. Sonrío ampliamente, con la pesada escultura conmemorativa que debo entregar en una mano, mientras que mantengo la otra mano detrás con los dedos cruzados. El speaker relata los méritos de la institución premiada y el nombre de su presidente que recogerá el premio. El presidente sale al escenario, casi sin darme cuenta le entrego el premio y lo recoge con una sonrisa. Nos fotografían.  Y no pasa nada especial. Respiro profundamente y regreso a mi mesa, mientras que a los premiados les hacen las correspondientes fotos.

Pasada la parte más formal de la cena comienza el final de fiesta, que al parecer consiste en una subasta con fines benéficos. Lo primero que se subasta es una guitarra española donada por el primer ministro, presente en la sala. Recibe grandes aplausos pero, a la hora de la verdad no se puja demasiado. Luego sale un jarrón oriental donado por un ministro, también presente. Muchos aplausos y poco interés. Así van apareciendo los objetos más absurdos hasta llegar a uno que debe ser el más preciado por los aplausos con que es recibido su anuncio. Las grandes pantallas muestran un coche deportivo de color rojo, al parecer de fabricación local y donado por un patrocinador del evento. Ahí sí que la puja sube de tono y, finalmente, un hombre grueso con aspecto de magnate o padrino local con sigue el preciado objeto. Me comentan en la mesa que ha hecho un buen negocio porque se lo ha llevado por un precio muy inferior al de venta. De todas formas pienso que sólo los delegados locales participan en las pujas porque no veo razonable que alguien se vuelva a su país con los objetos hasta el momento subastados.

Pero me equivocaba porque la siguiente subasta era muy diferente. A invitación del animador una impresionante mujer vestida con un atrevido, pero sin pasarse, traje de color rojo con bordados brillantes, sube al escenario. La anuncian como la cónsul honoraria de un exótico país. Se acerca al micrófono hace un pequeño discurso para mostrar su capacidad y desparpajo. El animador anuncia que se subasta una cena privada con la rutilante señora, que ahora aparece mostrando su esplendor en todas las pantallas del recinto. Los aplausos son ensordecedores y las pujas son continuas por todo el recinto y no parecen tener fin. Un repentino pensamiento cruza mi mente y me giro para ver que hacen mis compañeros de la otra mesa. Los veo relajados y conversando animadamente entre ellos ajenos a lo que sucede a su alrededor. No hay peligro: como no saben inglés no se han enterado de nada. Respiro aliviado. Otro comensal grueso y también con apariencia de padrino e lleva finalmente la puja. Sudoroso y sonriente se levanta victorioso del asiento para que todos los vencidos puedan verlo.

 

Para el día siguiente habían contratado un microbús con el fin de  hacer un recorrido turístico por la ciudad. Me invitaron y acepté acompañarlos. Salimos después de desayunar en un minibus. Primero visitamos el Palacio Real. Nunca he entendido el interés que pueda tener salvo que en este caso se lo turnan los cinco sultanes por riguroso orden.

Luego vamos a una enorme mezquita de nueva edificación, ya que la antigua se ha quedado pequeña. Entramos en el momento que un guarda está gritando, de forma destemplada, a otros visitantes mandándoles callar. Se gira hacia nosotros y nos dice que los chinos siempre son iguales: charlatanes y poco respetuosos. Luego visitamos una pagoda china y aquí lo que no había era ni un visitante musulmán, solo chinos y europeos. La dulce convivencia que me admiraba entre los voluntarios parece que, en el fondo, no debía ser tan real.

También nos lleva a la antigua estación colonial, ahora un museo ferroviario, y al Club de Campo de la colonia inglesa, ahora un lugar público de descanso. Yo empiezo a mirar el reloj porque ya casi es la una del mediodía y la conferencia de prensa es a las tres y aún no hemos comido.

Visitamos el memorial de la independencia, que está en medio de un estanque, con una gran escultura de soldados de las tres etnias machacando a unos soldados japoneses. Por fin nos dirigimos al centro comercial debajo de las torres Petronas para comer. Como es tarde, para los horarios locales, todo está cerrado. Yo empiezo a sudar pero milagrosamente aparece en una esquina un restaurante mexicano en el que podíamos comer algo en la barra. Allí frente a unas buenas jarras de cerveza la conversación se anima. Pasadas las dos de la tarde la jefa de prensa dice que se tiene que ir para hacer las fotocopias y yo aprovecho para marchar con la excusa de que tengo el hotel al otro lado del parque. Si no los veo al menos no me pongo nervioso.

Voy a mi habitación, me cambio de ropa y acudo a la sala de prensa lo más rápido que puedo para llegar antes de las tres. Entro y veo que en la sala ya hay algunos periodistas y los otros dos premiados que hablan con el organizador. Les saludo y me quedo en la última fila, desde donde puedo ver discretamente el acceso a la sala. Llegan otros directivos de la organización y me preguntan por el premiado español. Les digo que ya está a punto de llegar. Naturalmente miento. Le llamo por teléfono y me confirma que ya está en camino. Pero no aparece nadie.

A las tres y cuarto todos ya están ya casi tan nerviosos como yo. Les digo que comiencen y que dejen una silla libre para cuando llegue. El moderador de la organización y los dos premiados se sientan en la mesa  y comienza la rueda de prensa. Casi a las tres y media aparecen sudorosos los acompañantes de la representación española seguidos por el presidente premiado. El moderador de la organización respira hondo y yo también.

La jefa de prensa se pone a repartir frenéticamente fotocopias entre los asistentes al acto. El representante de la compañía suministradora se me acerca y me dice que el presidente quiere tenerlo a su lado para que le traduzca las preguntas que pueda haber. Lo entiendo perfectamente y lo gestiono con el organizador que improvisa una silla y los acomoda en la mesa mientras el premiado chino sigue impertérrito explicando las maravillas de su sistema. Los miembros del comité organizador me miran como si yo fuera el responsable del deslucimiento del acto. Pero no puedo hacer más que encogerme de hombros y esperar que acabe pronto el suplicio. El resto de asistentes, como tienen cara de orientales, no se descubrir el impacto que tiene sobre ellos.

Cuando le toca al presidente premiado me hundo en mi asiento todo lo que puedo y si pudiera tener una bolsa de papel a mano me la pondría en la cabeza para cubrirme la cara. Pero no la tengo. Trago saliva. El presidente premiado saca una hoja de papel y recita una explicación sobre su institución y el sistema premiado. No lo hace fatal como estaba esperando.

      Se lo hemos puesto con escritura fonética para que no tenga problemas con la pronunciación – me dice el gerente.

      ¡Ah! – contesto con cierta admiración por la capacidad de astucia e improvisación hispánica de la que hace gala.

      Y he repartido fotocopias con el texto en inglés para que lo puedan seguir todos los asistentes – añade la jefa de prensa. – Además así harán menos preguntas.

Mi admiración sigue creciendo.

      Hemos llegado tarde porque la máquina de fotocopias se estropeó y nos costó encontrar otra. ¡No podíamos venir sin las fotocopias! – precisó la jefa de prensa.

Acaba la lectura y comienza la rueda de preguntas. Me remuevo en el asiento, porque ahora viene lo más difícil.

      No te preocupes – dice el gerente haciéndome un guiño. – En cada hoja de la fotocopia que tiene el presidente tiene enganchados unos stickers amarillos con las respuestas a las preguntas que pueden hacerle.

      ¡Ah! – contesto cada vez más maravillado.

      Todas ellas escritas fonéticamente ¡Eh! – añade

      Claro, claro – asiento. – Pero ¿cómo sabe que lo que le están preguntando?

      ¡Hombre! Para eso está el compañero sentado a su lado – contesta con una media sonrisa. – Todas los stickers están numerados y sólo tiene que decirle el número de la respuesta que debe leer.

Si llevara sombrero me lo quitaba como señal de reconocimiento del ardid empleado por mis conciudadanos. Ahora siento que me relajo de verdad y puedo seguir la rueda de prensa como si se tratara de un guiñol. Un periodista pregunta, el acompañante le dice un número discretamente a media voz al presidente premiado y éste recita una convincente respuesta.

Se suceden las preguntas y las repuestas y, finalmente acaba el acto con el agradecimiento habitual del moderador de la mesa. Todos se levantan y el presidente premiado se me acerca sonriente por el pasillo. Yo también voy hacia él, aunque no sé exactamente que decirle.

      ¡A que hemos dado el pego! – se me adelanta.

      Creo que sí – le contesto riendo. Creo que su frase es la que mejor resume la situación.

Nos felicitamos y despedimos. Por la noche yo tomo el para regresar a España. Un país con más etnias que Malasya pero también con más ingenio.


Josep M. Vilà

1/11/2009

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