El traje

Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) 1995

 22/6/2010

 

Por fin aterrizábamos. Siguiendo mi costumbre había dejado nota de que no me despertaran para desayunar y poder así aprovechar mejor el rato de sueño que se podía tener. Era un vuelo un tanto especial ya que no habían demasiadas alternativas para ir y volver de Madrid a Santa Cruz de la Sierra en el poco tiempo que tenía disponible. Así que tuve que embarcarme en un vuelo que salía de Miami y paraba en Bogotá, Lima y quizás La Paz antes de llegar a su destino, como iba durmiendo no me di cuenta. El aeronave era un DC-10 pero como no llevaba separadores de asientos en la cabina, parecía más bien un autobús, con todos los pasajeros a la vista. Para colmo en el primer trayecto, al poco de salir de Miami, un sobrecargo tomó un megáfono portátil y desde la primera fila había empezado a comentar cosas, al parecer, chistosas que eran seguidas con gran entusiasmo por los pasajeros. Mientras tanto la azafata repartía unos boletos entre los pasajeros. Resultaba que se trataba de una tómbola en el que el ganador conseguía un viaje gratis en la misma compañía y trayecto. Afortunadamente no me tocó.

Al llegar, medio somnoliento, paso los trámites aduaneros situados en unas cabinas policiales sencillas como corresponde a un humilde aeropuerto de provincias en un país subdesarrollado. Sólo hay una cinta trasportadora de equipaje donde espero pacientemente la llegada de mi maleta. Los pasajeros van recogiendo parsimoniosamente las suyas y desaparecen por la puerta del fondo. Al cabo de un rato sólo quedamos frente a la cinta un guardia de seguridad y yo, contemplando una bolsa que seguía dando vueltas desde antes de la salida de los equipajes de nuestro avión. Entonces una descarga de adrenalina me despierta definitivamente. ¡Mi maleta no ha llegado! 

He venido expresamente invitado para presidir el acto de inauguración de un curso, en el Centro de Formación de la Cooperación Española, junto con el ministro boliviano de Interior y el embajador de España en Bolivia. Mi traje y toda mi ropa está en la maleta perdida y yo sólo llevo puesto un pantalón tejano y un polo sudado del viaje.

Pienso que no debo perder los nervios y salgo a encontrarme con un compañero de mi empresa, que llegó el día anterior para preparar el curso, y que me debe estar esperando fuera. Le cuento el problema y nos vamos a la oficina de reclamaciones. Allí nos informan que en una hora llega otro vuelo de Miami y que posiblemente traiga la maleta reclamada. Vamos a tomar un café y a repasar los detalles del curso y su inauguración.

Pasa la hora y se anuncia la llegada del vuelo de Miami. Me dejan pasar a la sala de recogida de equipajes y espero ansiosamente junto a la cinta transportadora. Llegan los pasajeros y se arremolinan junto a mí. La cinta comienza a transportar maletas y paquetes, los pasajeros van desfilando y, finalmente, quedamos de nuevo el vigilante y yo mirando la misma bolsa de antes que continuaba dando vueltas sin propietario que la reclame.

Vuelvo al mostrador de reclamaciones. Me explican que el próximo vuelo de Miami llegará el día siguiente. Como tengo previsto marchar el día siguiente, prefiero que si aparece mi maleta es mejor que la envíen a mi casa en Madrid. Relleno así los formularios que me presentan y me dan 50$ para gastos. Muy amables, pero no soluciona mi problema.

Miro el reloj y sólo faltan dos horas para que el acto comience La situación se pone fea. No hay que ponerse nervioso. Pienso que sólo es necesario comprar un traje, una camisa y corbata y unos zapatos, aparte de la ropa interior. Se me ponen los pelos de punta pero no tengo otro remedio.

      ¿Sabes dónde hay tiendas de ropa para comprarme un traje?– le digo a mi compañero. Mientras subimos al coche que nos espera en la salida.

      Ni idea. Yo llegué ayer – responde.

      No se preocupen, – tercia el conductor del auto – yo se lo voy a solucionar. Conozco unos almacenes donde van a encontrar todo lo que necesiten.

      Bueno. Pues llévenos allá. – le digo con decisión.

El vehículo se pone en marcha y pronto sale del pequeño aeropuerto donde nos encontramos. Nos adentramos por un carretera rodeada de selva por ambos lados. Si no fuera por los nervios disfrutaría del bello paisaje de frondosa vegetación. En menos de media hora entramos en las afueras de la ciudad. Casas bajas y dispersas con una disposición urbanística muy regular siguiendo una cuadrícula rodeada por sucesivas rondas circulares según nos explica el conductor.

La densidad del tránsito y de los peatones indican que estamos acercándonos al centro. Pasamos cerca de un edificio de varias plantas y mi compañero me indica que es el lugar donde tendrá lugar el acto de inauguración. Lo observo y luego miro el reloj. Ya falta menos de hora y media.

El vehículo se detiene frente a una especie de hangar bajo en donde están dispuestas una serie de tiendas que muestran en sus escaparates objetos de  lo más dispar: relojes, cámaras fotográficas, pastelitos diversos, vajillas, cestos, etc. ¿Debe ser el almacén adónde nos lleva? La respuesta es sí. Como no tengo más alternativa, bajo del coche sin decir nada. Nos adentramos en el almacén por angostos pasillos marcados por las mamparas de cristal de las diversas tiendas que se encuentran en su interior. Finalmente el conductor se parara delante de una y nos invita a pasar con aire triunfal.

Efectivamente es una tienda de ropa. De toda clase de ropa que se apretuja por todos los rincones de la reducida dependencia.

      ¿Qué desean? – nos dice una señora baja y gruesa dirigiéndonos una amplia sonrisa.

      Un traje – le contesto tratando de priorizar el orden de las compras. En función de lo que encuentre compraré lo demás.

       ¿Para Vd.?   – dice mirándome de arriba abajo. – Entonces busque en esta vitrina. Son trajes importados de Miami. ¡La última moda!

      ¿No tendrá chaquetas sueltas? – pregunto después de ver, con horror, los trajes expuestos en la vitrina.

      Naturalmente – dice sacando de un armario un blasser cruzado azul marino con los botones dorados. – también es de Miami.

En otras circunstancias me habría marchado inmediatamente, pero tras efectuar una rápida mirada al reloj le digo que sí. La pruebo y no se si me cae bien pero al menos es de mi talla. Le pido a continuación unos pantalones grises, aunque no sean de Miami. Y me muestra unos que también son de mi talla, sólo que no tienen cosido el borde inferior, para poderlos ajustar a la medida deseada por cada cliente.

      Le tomo las medidas enseguida ¿Para cuándo los quiere? – dice mientras busca unas agujas en un cajón.

      Para ahora mismo – contesto vislumbrando un nuevo frente de preocupación no previsto.

      No se preocupe Vd. – tercia el conductor – eso lo arreglamos después con mi cuñado. Acabe de comprar todo lo que necesita tranquilamente.

El siguiente paso es la corbata. No es necesario que me lo indique. Están todas dispuestas en un exhibidor. Tras un rápido repaso veo que todas están decoradas con grandes y coloridas flores tropicales. Escojo la que  tiene un número menor de colores diferentes. Ya solo me queda lo más sencillo: la camisa y la ropa interior. Los zapatos ya los llevaba puestos ya que no me cabían en la maleta.

Pago y salimos.

      Ahora les llevo donde mi cuñado – nos recuerda el conductor. Efectivamente a los pantalones había que coserles el bordillo con urgencia. Miro el reloj: queda menos de una hora.

      Pues venga vamos allá – digo con decisión mientras nos dirigimos al auto.

El conductor nos lleva a una calle sin asfaltar situada a unas pocas manzanas de distancia. En ambos lados hay unos almacenes llenos de gente trabajando. Bajamos del coche y el conductor nos dirige a un lado de la calle donde hay una gran cantidad de máquinas de coser, cada una con su operario, y dispuestas como si fuera un enorme taller textil, pero situado al aire libre. Pasamos delante de las máquinas, todas están manipuladas  por hombres, y se para delate de una de ellas.

      Mi primo le arreglará lo que haga falta

      Sí señor con mucho gusto. ¿qué desea?

      Los pantalones – le digo entregándole la prenda.

      Ajá, bien. Póngaselos para que tome la medida de la altura.

      ¿Aquí? – digo asombrado. Pero al ver su mirada de más asombro que la mía. No insisto preguntándole por una cabina o probador. ¡Estoy en medio de la calle! Y no hay nada más que las máquinas de coser que me rodean.

Me saco los pantalones tejanos y me pongo los recién comprados. Toma las medidas con las maneras y movimientos de un profesional. Mi compañero y el conductor se han ido a fumar cerca del coche, para no incomodarme.

      Ya puede quitárselos – dice sin mirarme – En unos minutos estará listo.

Me los quito y se los doy. Me quedo en pie frente a la máquina de coser con sólo la ropa interior y un polo. Me da la impresión de que todavía estoy durmiendo en el avión y que se trata de una pesadilla. Pero el frescor en mis piernas al aire, a pesar del sol abrasador que empieza a notarse, junto con el infernal ruido de las máquinas de coser a mi alrededor me indican que estoy en un mundo real. De pie vestido sólo con ropa interior y a escasos metros de la sala donde me esperan para inaugurar un acto oficial

En aquel momento pasa un coche oficial con la bandera de España. Debe ser el embajador que se dirige al acto. Afortunadamente no me conoce y yo tampoco a él. Y también espero que me no me recuerde cuando nos encontremos presidiendo la mesa.

      Ya está puede probárselos – dice con cara de triunfo

Me los pongo, los pago y me voy corriendo. Ya solo queda media hora tiempo justo para llegar al hotel, vestirme e ir al acto.

 

Llego finalmente a la sede donde se celebra el acto. Bajo del coche y, a pesar de que llego tarde, aparento cara de tranquilidad y me muevo con parsimonia. Entro con mi flamante traje y corbata nuevos. Saludo a las autoridades y compruebo que no soy el peor vestido ni mucho menos. Hasta las mujeres, siempre más detallistas, me lanzan miradas de agrado ¡Debe ser que voy al último grito de la moda de Miami!


Josep M. Vilà

22/6/2010

 

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