Aeropuerto de Assuan (Egipto) 1982
La Física
Assuán (Egipto) 1982
Nos despertamos temprano porque hoy era el día señalado para efectuar la visita tan esperada a Abu Simbel. Después de prepararnos salimos corriendo de la habitación porque el tiempo apremiaba. Recorremos el largo pasillo enmoquetado que daba al distribuidor de los ascensores y paso, como cada día, junto a la columna metálica que hay en medio de dicho distribuidor. Como cada día un chispazo salta entre mis manos y la columna.
Era normal ya que en un país de clima extremadamente seco, una persona calzada con zapatillas deportivas de suela de goma, después de frotar los pies con la moqueta de material sintético se cargara de electricidad estática. Por razones que no alcanzo toda mi vida he tenido facilidad para almacenar dicha electricidad estática, pero en Egipto las descargas eran más frecuentes que en otras partes.
Bajamos del ascensor y consigo esquivar la columna metálica que se encuentra en la sala que conduce al restaurante donde vemos que mis hermanos y sus parejas ya están consumiendo su desayuno. Nos unimos a ellos y comentamos sobre el excitante día que nos espera. Luego tomamos un taxi que nos lleva directamente al aeropuerto.
Después de los trámites correspondientes conseguimos las tarjetas de embarque y pasamos a la única sala que hay de seguridad antes del acceso a las aeronaves. Es una sala de reducidas dimensiones con ventanales de cristal con carpintería metálica y con las puertas que dan acceso a las pistas completamente abiertas.
Vemos llegar el avión de dos hélices que acaba de aterrizar que para delante nuestro y del que bajan los turistas, más madrugadores que nosotros, que vuelven de la visita a Abu Simbel. La cara de acalorados y el aspecto de derrengados no augura nada bueno para los turistas que vamos a continuación, bajo un sol mas inclemente todavía.
Cuando ya han bajado los pasajeros se empieza a activar los sistemas de seguridad de nuestro vuelo. Dos policías bien uniformados se ponen frente a la cinta del escáner y el arco de detección de metales. Los turistas nos ponemos mas o menos en orden formando un grupo alineado de variopintas camisas de colores, pantalones cortos o largos, calzados que van de sandalias a botas y gorros y sombreros de todo tipo. En conjunto parecemos un escaparate en época de rebajas de El Corte Inglés.
Mi mujer pasa el control sin más complicaciones. Yo dejo mi cámara fotográfica, bolso de bandolera y gorro en la cinta del escáner y paso bajo el arco detector. Se oye un pitido y se enciende una luz roja. El policía me mira de arriba abajo y me indica con sus manos que vuelva a pasar.
Vuelvo a pasar y de nuevo suena el pitido y se enciende la luz roja. El policía me mira ahora con más detenimiento. Me mira ahora de abajo arriba. Primero las zapatillas deportivas ligeras de color blanco, luego el pantalón de baño que llevo para mayor comodidad en una visita que se prevé dura y, a continuación, la camisa de manga corta de lino más fresca que he encontrado en mi maleta.
–¿Lleva Vd. llaves o monedas o algún objeto metálico? –me dice en un pasable inglés.
–No todo lo llevo en mi bolsa de bandolera –le contesto, mientras señalo con una mano hacia la cinta transportadora donde se encuentra.
–Vuelva a pasar –me dice ya un poco molesto, lo que me indica que sabe que la máquina falla, pero nunca tres veces seguidas.
Vuelvo a pasar y el arco vuelve a pitar y mostrar su luz roja. El policía hace un gesto para tomarme por el brazo para, seguramente, llevarme a su supervisor. Entonces una luz destella en el interior de mi cabeza y se hace paso entre la maraña de neuronas entretenidas en averiguar qué pasa y qué debo hacer en esta situación. El destello se convierte en luz y grito para mí: I got it. Me zafo del movimiento del policía atravieso el arco y me dirijo a mi hermano.
–¡Javier dame la mano! –le grito.
Él me alarga su mano, la estrecho como si fuera un saludo y paso, a continuación, por debajo del arco detector que se queda mudo y sin mostrar su luz de alerta. Con cara de triunfo miro al policía que, incrédulo, me hace volver a pasar por el arco una vez más. Lo paso sin problemas y el policía no tiene más remedio que dejarme pasar para embarcar.
Luego pasa mi hermano y el resto del pasaje sin problemas. El policía respira tranquilo y da por finalizada su labor. Subimos al avión sin decir nada y una vez nos encontramos volando, fuera del peligro de que aparecieran nuevos incidentes, mi hermano se acerca a mi butaca.
–¿Qué ha pasado? –me pregunta en voz baja.
–Una cuestión de Física elemental –le respondo.
–Pero ¿en qué consiste? –insiste.
–Como tú sabes, yo tengo facilidad para para almacenar electricidad estática, así que al pasar debajo del campo magnético del arco detector, lo distorsioné y lo hice sonar –añado.
–Y yo ¿qué hice? – pregunta.
– Me descargué la electricidad estática a través de tu mano y cuerpo hacia el suelo –aclaro-. Y sin carga eléctrica pude pasar sin problemas.
Pasado este ejercicio de Física recreativa que pudo solventar una situación que podía habernos fastidiado el viaje, nos concentramos en disfrutar de Abu Simbel cuya magnificencia nos hizo olvidar el inclemente sol y temperatura del lugar.
Josep M. Vilà (2021)