La puntualidad

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Jezera (Croacia) 1988

3/8/2021


La puntualidad

Jezera (Croacia) 1988


Este año las vacaciones de verano las pensábamos realizar, junto con una familia amiga, visitando la costa de Croacia. Nosotros éramos dos padres y cinco hijos y ellos dos padres y cuatro hijas, en total 13 personas, así que debíamos preparar bien toda la logística del viaje.

Para acabarlo de complicar ellos pensaban ir con su coche con caravana haciendo un recorrido previo por Francia e Italia, mientras que nosotros pensábamos ir en avión porque disponíamos de menos tiempo. Un amigo común, Boris, había conseguido alojamiento en su pueblo natal, Jezera, para nosotros y espacio en el camping para la familia que iría con la caravana. Después de analizar las posibilidades de ruta para llegar, llegamos a la conclusión que deberíamos encontrarnos en el aparcamiento, que se encuentra en el camping de las afueras, el día 1 de agosto a las 12 horas de la noche. 

Puesto que no podíamos comunicarnos telefónicamente, ni entre nosotros ni con Boris. La puntualidad sería nuestro principal objetivo.

Nuestra ruta consistía en volar, temprano por la mañana, desde Barcelona a Munich y de allí enlazar con un vuelo que nos dejaría en Zagreb. En el mismo aeropuerto nos esperarían dos vehículos, que había contratado a una compañía de alquiler, con los que iríamos hasta la costa croata donde se encuentra Jezera.  Como éramos 7 pasajeros no había más remedio que utilizar dos vehículos, uno conducido por mi esposa y el otro por mí, lo que introducía posibilidades importantes de incidencias, en las cuatro horas de viaje previsto, pero que estábamos convencidos de poder salvar. 

Había otra fuente de imprevisibilidad que no habíamos valorado correctamente: el día de salida era el 1 de agosto coincidiendo con las vacaciones de media Europa.

Salimos del aeropuerto de Barcelona con puntualidad a pesar de las largas colas que tuvimos que hacer para conseguir las tarjetas de embarque y pasar los controles de seguridad. Llegamos a Munich también con puntualidad y, como el enlace nos daba tiempo, nos fuimos a desayunar sin prisas pero no sin colas en uno de las cafeterías del aeropuerto.

Cuando apareció la indicación de nuestro vuelo a Zagreb en la pantalla, nos dirigimos a la correspondiente puerta de entrada. Pero casi a la vez oímos por el altavoz del aeropuerto una voz que decía: Her Vilà haga el favor de presentarse en el mostrador de información de la compañía aérea. Estos mensajes siempre son un presagio de malas noticias.

Una vez en el mostrador me comunican que por razones de overbooking mis billetes del vuelo a Zagreb han sido cancelados. Protesto enérgicamente pero, mientras lo hago veo que todas nuestras maletas están junto a la pared en la sala del mostrador. No hay nada que hacer, toda mi coordinación prevista se desvanece y queda en vilo también la realización de las vacaciones sujetas a la disponibilidad de billetes, en otras fechas, para los vuelos correspondientes.

–¿Podría cambiar mis billetes por otro destino en Yugoslavia? –digo a la desesperada.

–Sí, claro –contesta.

–¿Qué vuelos hay ahora mismo? –pregunto.

–En una hora sale un vuelo a Ljubliana –dice mirándome la cara con ansiedad.

Busco en la guía y compruebo que Ljubliana es la capital de Eslovenia y que está a unos 200Km. de Zagreb. Lo pienso unos instantes y le doy la conformidad para efectuar el cambio. El funcionario de la compañía respira aliviado y se apresta a realizarlo.

En una hora salimos en una avioneta bimotor y en algo más de tres horas aterrizamos en Ljubliana. Es un aeropuerto extremadamente pequeño donde sólo hay una sala polivalente para realizar todas las operaciones. Estamos solos en el aeropuerto y mi familia se sienta en los únicos asientos que hay, rodeados de las maletas que conforman nuestro equipaje, mientras que yo, sin pérdida de tiempo, voy a investigar qué salidas de vuelos hay desde este aeropuerto. 

No hay muchas opciones, pero la más interesante es la de un vuelo que sale en hora y media hacia Split en la costa de Croacia. Así que compro los pasajes y nos resignamos a volver a esperar. Pasa una hora y aterriza el avión que, al parecer, hace escala y nos llevará a nuestro nuevo destino.

Unos policías se preparan para efectuar la comprobación de las maletas antes de embarcarlas. De repente un policía detiene una de nuestras maletas y la hace pasar varias veces por el escaner. Llama a otro policía para que lo compruebe y luego a mí para que abra la maleta pues, según me dicen y veo por la pantalla, se muestra un extraño objeto que parece una batería de pequeños objetos que podría ser una bomba artesanal.   

Abro la maleta y les muestro que se trata del juego del Rummy que está formado por fichas de plástico apiladas dentro de una caja de cuero. Lo tocan y comprueban que es lo que les estoy diciendo. Falsa alarma. Los policías sonríen y podemos proseguir el viaje. 

Llegamos a Split que ya son las nueve de la noche. Todas las tiendas del aeropuerto están cerradas. Sólo permanece abierta la de la agencia local de alquiler de coches. 

–Buenas noches –pregunto– ¿Tienen dos vehículos para alquilar?

–No ahora mismo no tenemos dos coches –contesta el joven del mostrador.

–¡Vaya! Es que somos siete personas y muchas maletas –le digo.

–¡Ah, bueno! –me dice– tengo un microbús para ocho pasajeros que me acaban de devolver.

–¿Estupendo! –respondo animado– Lo contrato.

Efectuamos los trámites, cargamos las maletas y salimos hacia nuestro destino: Jezera. La carretera es muy estrecha y concurrida por veraneantes, la mayoría alemanes. Al atravesar cada población aparecen en la carretera unas mujeres con un trozo de cartón en las manos en el que se puede leer:  Zimmer, Rooms. El turismo, muy incipiente en esta zona, precisa de esta información para poder cubrir sus necesidades de alojamiento. 

La oscuridad de la noche, la tortuosa y estrecha carretera y la aparición de los oferentes de alojamiento hacen que el camino se haga de forma muy lenta y fatigosa. Al fin encontramos un letrero que anunciaba Jezera. Atravesamos el puente unía la costa con la isla y vemos un letrero de madera pintado en rojo, con una flecha, que ponía: Camping. A poco más de un kilómetro llegamos al aparcamiento donde estaba la familia de nuestros amigos esperándonos junto a la entrada. Nos abrazamos llenos de alegría. Eran las 12 en punto de la noche ¡habíamos llegado puntualmente como prometimos!


Josep M. Vilà

2 agosto 2021

© Josep Vila 2020